Por: Ps. Mg. NPs. Mónica Pérez Ospina
Quienes tienen la oportunidad de ser padres, han experimentado noches interminables velando por la salud de sus hijos o probablemente han tenido el orgullo de verlos en la presentación del colegio; así hay un sin número de situaciones que traen sentimientos de alegría o nostalgia cada vez que se recuerdan; para todos ellos, es claro que el proceso de crianza es un continuo aprendizaje que implica errores y aciertos, porque ningún hijo trae un manual bajo el brazo que dé a conocer cómo manejar cada momento de la crianza.
«papá y mamá deben mantenerse en una postura equilibrada que les permita proyectar el control frente a la situación y paralelamente hacer evidente que son dignos de ser respetados como figuras de autoridad»
Control con equilibrio
Ese interactuar con los hijos, esa vivencia de experiencias, implica la implementación de una serie de estrategias y modelos de conducta por parte de los adultos que, como figuras de autoridad, requieren de una dedicación constante para su correcta implementación; el control emocional, la perseverancia, la solidaridad, la compasión, la tolerancia a la frustración y la comunicación asertiva, son sólo algunas cualidades necesarias para ejercer esa función de guiar y formar simultáneamente; no es fácil manejar el enojo cuando se manifiesta un desafío voluntario por parte de los hijos, ni tampoco es sencillo manejar la propia frustración cuando no surten un efecto positivo los múltiples esfuerzos de los padres para que los hijos no hagan pataleta cuando desean obtener un beneficio propio; aun así, papá y mamá deben mantenerse en una postura equilibrada que les permita proyectar el control frente a la situación y paralelamente hacer evidente que son dignos de ser respetados como figuras de autoridad; no siendo suficiente esto, es necesario reconocer que la autoridad nunca está vacía, por tanto es preferible que sea ejercida por un adulto responsable y no por los hijos llenos de un deseo innato de saciar su placer.
Si el adulto no es claro en el ejercicio de esa autoridad, entonces los niños que se encuentran en proceso de formación emocional, social y psicológica, estando aún inmaduros en la capacidad de discernir entre lo que es correcto y lo que no para ellos, serán quienes asuman ese rol afectando la parentalidad simbólica y el orden jerárquico familiar.
Ambientes saludables incluyen límites claros
Frecuentemente se dice que es de gran importancia formar a los hijos en un ambiente lleno de amor y comprensión, dado que, de esta manera, crecerán seguros de sí mismos y tendrán confianza en lo que saben y pueden hacer. Sin embargo, no se puede hablar de un ambiente saludable y acertado para los niños, si no se tiene en cuenta la importancia de implementar límites y normas que permitan la organización del comportamiento. Los niños desarrollan mayores habilidades de interacción y convivencia, cuando crecen en ambientes dotados de límites claramente definidos y entendidos entre las partes, acuerdos que les permiten anticipar las consecuencias frente a sus actos y saber que está bien y que no. En este sentido, las normas se constituyen en la herramienta fundamental para establecer pautas de crianza, puesto que facilita la introyección de límites, la claridad en lo que se debe y lo que no se debe hacer, la comprensión de consecuencias naturales y acordadas; en otras palabras, les permite reconocer que como niños y /o adolescentes tienen responsabilidades dentro de la familia y la sociedad.
Formar durante la primera infancia
Durante los años de la primera infancia, la disciplina debe ir orientada a edificar y formar, no a maltratar o agredir; por ello es esencialmente importante que como padres, exista un uso razonable y responsable del poder que delega el ser autoridad para los hijos; más aún cuando su ejercicio impactará positiva o negativamente el carácter de los hijos, su esencia, lo que son y lo que serán. Por tanto la disciplina, la norma, las consecuencias, absolutamente todo lo que esté directamente relacionado con la formación del carácter, debe ir precisamente orientado a la edificación de esa personalidad sin afectar negativamente su esencia; las palabras de afirmación, la manera como realizamos un reclamo responsable, la forma como describimos lo que hacen los hijos, lo que declaramos con la palabras para ellos o cómo nos dirigimos hacia ellos, determinará completamente la manera como ellos organizan su conducta y desarrollan su identidad.
La forma si importa
La manera como elaboramos nuestros comentarios a la hora de dar una orden o hacer cumplir una norma de convivencia, establecen el punto de partida en la manera como el niño organiza su conducta; no es lo mismo decir “en varias oportunidades has dejado tu cuarto desordenado, te solicito por favor que lo organices” a decir “eres un desordenado, siempre dejas tu cuarto desorganizado, arréglalo por favor”, en la primera situación el reclamo se enfoca hacia la conducta, la cual es la que se desea organizar, en el segundo, se da por hecho que el niño siempre es así por lo que no hay opción de cambio; aunque pueda parecer exagerado, la frecuencia de este tipo de comentarios conduce al niño a creerse desordenado sin oportunidad de mejorar; así, existen un sin número de verbalizaciones que llevan a los niños a apropiarse de dichas afirmaciones, desarrollando su identidad y su personalidad a partir de creencias y conceptos escuchados desde pequeños, esto toma valor si además los padres representan su primera fuente de confianza y de interacción.
La manera como se exprese la relación con los hijos, como se establezca la comunicación, como se demuestre el amor mutuo, determina cómo se relacionarán con el mundo exterior; por consiguiente, la familia se constituye en una sociedad pequeña y en la primera instancia en la que se interactúa con otras personas; lo que se haga en ella o no, impactará la forma como el niño o adolescente enfrentará las demandas del mundo ahora y en años futuros.
Mónica Pérez Ospina.