Mi media naranja… mi medio durazno.

Por: Karina Alvarado.  Psicóloga Fundación Universitaria Konrad Lorenz

A medida que vamos creciendo, con el tiempo encontramos experiencias amorosas dulces y amargas. Generalmente al principio pueden ser dulces y a medida que avanza el tiempo comienzan a tornarse de diferentes sabores. La explicación es sencilla: cuando una persona conoce a otra existe una conexión, algo del otro que me gusta o me llama la atención, e inicia un proceso de conocimiento. Cada uno de nosotros podremos llegar verdaderamente a conocer a la otra persona dependiendo de nuestro estado de madurez; pero lo que habitualmente sucede es que acomodamos lo que vamos conociendo de esa persona a nuestros deseos o necesidades, es decir, lo disfrazamos de lo que queremos, buscamos y necesitamos. A este momento se le llama enamoramiento o enamora-miento, pero no es que el otro me mienta, soy yo quien me miento a mí mismo.

Antes de continuar con esta idea vayamos un poco más atrás, retomemos el titulo del artículo, Mi Media Naranja. Éste imaginario social traduce una idea que existe en el mundo un ser humano que encaja perfectamente en mí, que es mi otra mitad, esa que me va a llenar y proveer de todo aquello que necesito. Para desarrollar mi idea será mejor que imaginemos un durazno; al partirlo por la mitad y separarlo encontraremos que una mitad tiene en su centro la semilla y la otra, por el contrario, queda con el vacío. Ese es el vacío que todos sentimos en nuestro interior. Pero resulta que todos estamos así, creemos que ninguno de nosotros posee la semilla en su centro y por lo tanto
necesitamos del otro, e igualmente creemos que si ese otro tiene la semilla, al unirse conmigo me permitirá finalmente llenar mi vacío… La frase final es que él (o ella) me complementa. Al fundar una relación basada en este principio, la pareja esta condenada a depender mutuamente o, peor aún, de que sólo uno dependa del otro.

Vuelvo entonces a la idea que venia construyendo en mi primer párrafo. Desde pequeños vamos creciendo, poco a poco conocemos que nos gusta y que nos disgusta de la forma de ser de las otras personas, igual sucede en pareja. Para saber que quiero, necesito conocerme, saber como soy.

Desde la infancia comenzamos a crear una imagen de pareja, pero es en la adolescencia cuando conciente o inconcientemente idealizamos, en otras palabras, hablamos de la otra mitad del durazno, la que viene con la semilla. Resulta que en esta vida nadie vino a satisfacer nuestras expectativas ni
nuestras necesidades, esa es una tarea propia que sólo corresponde a cada ser humano, a ello podríamos llamarlo parte de madurar1. Frases como: “es que ella me organiza”, “él me protege”, “ella me llena”, “él me estabiliza”; ponen en el otro una responsabilidad que no le corresponde. Al hacerlo, cargo a mi pareja de algo que es mío. En una relación “normal” el otro podrá cargarlo por algún tiempo pero es posible que tienda a cansarse y esto poco a poco lastima la relación. Aquí se hace presente la dependencia y en muy pocos casos la pareja logra acomodarse a ello, generalmente con cuotas de sacrificio. Es común encontrar en nuestras madres o padres frases como: “mija, en el
matrimonio hay que hacer sacrificios para que pueda funcionar”. El sacrificio es mutilar una parte de mí, como si tuviera que cortarme un dedo para que todo funcione, lo cual va en contra de la integridad de cada uno. Algunas personalidades lo soportan2, pero ese desbalance interno necesariamente
saldrá por otro lado, en forma de reproche, reclamo, etc. Esta será la parte que la pareja recibirá y, como es un contrato de dos, si alguna de las partes no acepta esta condición (que suele ser lo habitual) la relación se acaba.

¿Qué viene entonces? Tranquilos, el panorama no es tan negro. Lo fundamental es tener en cuenta algunos elementos que pueden ayudar a mejorar nuestra existencia: no cargues al otro con lo tuyo, hazte responsable de ti mismo y recuerda, nadie vino a este mundo a satisfacer tus necesidades, esa es tarea tuya. Por lo tanto, nadie tiene la semilla que te va a llenar, nadie vino al mundo a hacerte feliz, la felicidad esta en tu interior, descúbrela; al encontrarla podrás compartirla y no succionar la que trae tu pareja. Una relación es un mutuo compartir, no un absorber del otro. Cuando los dos
aportan sus propias felicidades, ésta crece y florece. Es como unir dos velas encendidas: que cada vela esté encendida es la felicidad propia, cada una ilumina desde sí, pero al juntarlas brillan con más fuerza, se acompañan mutuamente. Cuando uno desfallezca y su vela se apague está el otro para
iluminar el camino, pero es tarea propia volver a encenderte, esa no es obligación del otro. En la vida no hay reglas ni leyes ni mejores caminos, lo que funciona para uno no funciona para otro. Por ello encuentra lo que va contigo, lo que funciona para ti, y desde ahí crece, madura y vive… feliz.

Por último, nunca olvides que nadie dijo que crecer iba a ser fácil, pero tampoco nadie dijo que iba a ser difícil; ello, al igual que todo, sólo depende de ti.

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