Dependencia afectiva y miedo a la soledad

Por: Yorgladys González Mosquera. Psicóloga, Universidad del Valle.

La persona que sufre de “dependencia afectiva”, tiene una necesidad general y excesiva de que se ocupen de él / ella; además de un “gran temor de separación”, un marcado “miedo a la soledad”.

Estas personas se caracterizan por los siguientes comportamientos:

1. Tiene dificultades para tomar las decisiones sin una búsqueda excesiva de consejo y reafirmación por parte de los demás
2. Necesita que otros asuman la responsabilidad en las áreas fundamentales de su vida
3. Tiene dificultades para expresar desacuerdo debido al temor a la pérdida de apoyo o aprobación
4. Tiene dificultades para iniciar proyectos o para hacer las cosas a su manera
5. Su deseo de lograr protección y apoyo de los demás le hace cruzar límites inadecuados
6. Tiene sentimientos de incomodidad o desamparo cuando está en soledad debido a sus temores exagerados
7. Cuando termina una relación importante, busca urgentemente otra relación
8. Se preocupa por el miedo al abandono y tener que cuidar de sí mismo

Según las anteriores características, se observa claramente que estas personas se doblegan pasivamente ante los deseos de otros, hay entonces una respuesta débil e inadecuada ante las demandas de la vida. Permiten que otros vivan sus vidas. No se responsabilizan de su ser, ni de su existir, debido a una marcada falta de confianza en sí mismo, y a una gran incapacidad para actuar de forma independiente. Tienen la tendencia a manipular inconscientemente, en especial a aquellos de quienes dependen. Se sienten incapaces y tontos, experimentan un gran miedo a expresar sus sentimientos y pensamientos, y actúan como decidan otros.

Estas personas, muchas veces evitan los puestos de responsabilidad y responden con ansiedad a la petición de asumir un papel de liderazgo, llegan al extremo de insensibilizarse con su propio dolor, quitándose así, la motivación necesaria para el cambio hacia una vida sana.

Los dependientes emocionales hacen girar su vida en torno a otra persona, en medio de relaciones profundamente desequilibradas en las que asumen el papel subordinado, de satélite que gira alrededor de su compañero o compañera. Generalmente, toleran la violencia psicológica y física, el abuso y la falta de respeto de la gente que les rodea, por “miedo a quedarse solos”, y pueden soportar y tolerar un cónyuge abusivo, alcohólico, infiel o maltratador, con tal de no romper su vínculo. Pero si la relación de pareja termina, entonces, para “evitar la soledad”, buscan otra pareja o llaman continuamente a amigos u otras personas con cualquier pretexto, pero no buscan “manejar la soledad”, y pueden caer en crisis de ansiedad, de depresión, incluso en otras dependencias.

En el transcurso de mi experiencia profesional, dentro de los dependientes afectivos, también he encontrado personas agresivas, impulsivas y sobrevaloradas, que utilizan éstos comportamientos como “escudos o máscaras” para esconder sus verdaderos miedos y falencias, especialmente el “miedo a la soledad”, el mismo miedo de los dependientes con personalidad pasiva. Estos dependientes agresivos, son individuos que “amarran al otro” con el miedo, miedo a la violencia física y psicológica que ejercen sobre su compañero, sobre los hijos u otras personas, generándose una relación simbiótica. Pero, si existe un ser que “ata”, necesariamente debe existir alguien que permite ser “atado”, generándose una “relación de codependencia”, cada uno con sus propias ganancias patológicas, y se podría decir que se “ACOSTUMBRAN A VIVIR CÓMODAMENTE MAL”.

Sobre el amor propio y las relaciones de pareja

Por: Enrique Ortiz Zárate. Psicólogo Universidad Nacional de Colombia.

Se suele tomar como un hecho cierto, que para ser socialmente felices, la solución para enfrentar la muy temida soledad de la que tanto se huye, se encuentra en buscar una pareja. Está tan arraigada esta creencia, que es el tema principal en la música, las novelas, las películas y las revistas de farándula. Conocer a alguien y enamorarse en principio suele ser una fantasía soñada; pero cuando la relación entra en decadencia y termina, o cuando la persona falta, viene la catástrofe, la depresión, el vacío que deja la frustración de la inversión de una energía que no dio sus frutos.

¿Ha vivido alguna vez ésta situación? Seguramente sí. Porque una de las condiciones de ser humano pareciera ser una extraordinaria necesitad de sentirse amado, de recibir afecto. Pero ¿por qué casi todas las relaciones terminan dejando un vacío difícil de superar? ¿Se ha preguntado eso?

Se suele abordar la consecución de una pareja bajo la falsa premisa de que existe un otro diferente a mí que va a brindarme el amor que tanto necesito y del cual carezco, o que va a valorarme como me corresponde como nunca antes nadie lo ha hecho, o que va a envolverme en un mágico idilio que ninguna persona antes me ha correspondido. El arquetipo del príncipe encantador y valiente y la princesa que necesita ser rescatada y amada se encuentra muy marcado aun en nuestra psique.

El asunto es que la gran mayoría de personas actúa bajo la misma premisa de carencia; y son muy pocas las personas que actúan con la intención de iniciar una relación para brindar amor desinteresado, sin esperar una contraprestación a cambio.

Cabe resaltar que en los inicios de toda relación, cada una de las partes vende, por así decirlo, la mejor imagen que tiene en su inventario de personalidad con el ánimo de conquistar al otro, y que seguramente cuando dicha fase de conquista se ve asegurada, su imagen decae y le abre paso a las facetas verdaderas que hasta el momento eran ocultas para el otro. Muchas de esas facetas suelen ser los roles principales que asume con regularidad su pareja y llegan a ser desagradables o ir en contravía con la imagen que se había creado en el imaginario del otro y que dieron lugar al enamoramiento inicial. Entonces puede surgir el desencanto y la finalización de la relación.

Pero ¿Qué pasa cuando el eje de la relación supera esas facetas y se centra en llenar una carencia?

Cuando una relación de pareja inicia bajo el supuesto de que es el otro quien va a llenar mis vacíos afectivos y no se realizan los ajustes correspondientes en la medida en que la relación madura, la misma se encuentra condenada al fracaso. Entonces, cuando la relación termina, la persona queda sumida en un profundo abatimiento, una sensación de vacío la embarga y la necesidad y la dependencia se incrementan hacia ese otro del cual no se ha recibido el amor que tanto se deseaba. Parece ser una antítesis, pues se vuelve una situación de “no puedo seguir con esa persona pero se me hace imposible vivir sin ella”. ¿Qué hacer entonces cuando una relación termina de tal manera?

Lo primero es que nunca se debe abordar una relación de pareja desde la carencia del amor, del afecto o de lo que sea que la persona considere que le hace falta. Lo segundo es ser consciente de que no existe persona alguna que piense, sienta o actúe en todo momento para complacer los caprichos de nuestra naturaleza humana siempre tan cambiante y voluble. Si se inicia una relación sin tener en cuenta lo anterior, lo más lógico es que la relación termine. Así, para poder cerrar una relación con tranquilidad, para superar adecuadamente el duelo por la pérdida de pareja en el caso de terminar con una relación que no funcionó, primero se debe aprender a estar bien con uno mismo, amarse uno mismo de tal manera que la nueva situación que deriva en la soledad sea tan absolutamente tranquila, que cuando uno se vea abocado a la necesidad de no estar con esa otra persona, se tenga un lugar “cálido” en uno mismo a donde regresar. Ese lugar en uno mismo implica una alta autoestima (que no debe ser confundida con narcisismo o con un orgullo disfrazado de amor propio), con el fin de que no haya tanto drama que superar, tanto dolor, tanta ausencia.

Siempre que una ruptura amorosa se hace difícil de superar; o cuando no se puede aceptar con facilidad la terminación de la misma, es porque no se tiene nada mejor a lo cual acudir después de ella, no hay un sitio agradable a donde regresar, no hay un adecuado amor propio y esto se manifiesta con una sensación terrible de soledad, de vacío.

Para algunos, la relación amorosa en la que se encuentran suele ser sumamente tormentosa y, consciente de ello, la persona involucrada puede tomar la decisión de terminar con su relación; pues racionalmente sabe que le hace daño, que la destruye, que la enferma. Pero aun así, a pesar de que conoce lo difícil de su situación con la otra persona, al volver su mirada hacia sí misma, puede llegar a descubrir que la relación consigo misma es todavía más enferma y que lo único que está haciendo es proyectando en el otro aquello que no ha podido resolver consigo mismo. Así, cuando la persona se da cuenta de que es peor estar sola, en ocasiones prefiere seguir con la relación, para no enfrentar su propia sombra. Casi siempre se suele culpar al otro de que la relación no haya funcionado; pero la verdad es, en la mayoría de los casos, que el otro sólo ha cumplido la función de espejo y en gran medida es el propio individuo el artífice de su derrota en su frustrada búsqueda del amor.

Muy a menudo, cuando la persona hace vista ciega a su propia realidad, cae en la trampa de buscar una nueva pareja como recurso para rehuir de sí mismo y de su miedo a estar en soledad. Se vende ingenuamente la idea de que lo que necesita es cambiar de pareja porque seguramente la anterior no le convenía y la que sigue si la va a proveer lo que tanto necesita. El problema -se dice a sí misma- era la pareja anterior y ni por un segundo se le ocurre pensar que tal vez ella misma es el problema del que tercamente trata de huir. Si uno salta así de una relación a otra, solo va a caer en el fenómeno de la transferencia, va a posponer el conflicto y lo más lógico es que uno vaya a tener los mismos problemas con rostros distintos, y seguirá en el mismo círculo vicioso hasta que decida aceptar y comprender que el otro sólo funciona como espejo y que sólo refleja la lección que neciamente se niega a comprender.

Se debe ser consciente de que las relaciones son un medidor y espejo de nuestro amor propio. Y que las mismas sirven para elaborar aquellos rincones oscuros de nuestro inconsciente que aún no hemos trabajado. Es sano entonces ser absolutamente honestos con nosotros mismos. Si le huimos al hecho de estar en soledad, es esto un claro indicio que seguramente no somos la pareja perfecta para alguien más, Una verdadera historia de amor siempre comienza y termina con nosotros mismos.