El reto de ser padres y de ejercer la autoridad sin fracasar en el intento

Por: Ps. Mg. NPs. Mónica Pérez Ospina

Quienes tienen la oportunidad de ser padres, han experimentado noches interminables velando por la salud de sus hijos o probablemente han tenido el orgullo de verlos en la presentación del colegio; así hay un sin número de situaciones que traen sentimientos de alegría o nostalgia cada vez que se recuerdan; para todos ellos, es claro que el proceso de crianza es un continuo aprendizaje que implica errores y aciertos, porque ningún hijo trae un manual bajo el brazo que dé a conocer cómo manejar cada momento de la crianza.

“papá y mamá deben mantenerse en una postura equilibrada que les permita proyectar el control frente a la situación y paralelamente hacer evidente que son dignos de ser respetados como figuras de autoridad”

Control con equilibrio

Ese interactuar con los hijos, esa vivencia de experiencias, implica la implementación de una serie de estrategias y modelos de conducta por parte de los adultos que, como figuras de autoridad, requieren de una dedicación constante para su correcta implementación; el control emocional, la perseverancia, la solidaridad, la compasión, la tolerancia a la frustración y la comunicación asertiva, son sólo algunas cualidades necesarias para ejercer esa función de guiar y formar simultáneamente; no es fácil manejar el enojo cuando se manifiesta un desafío voluntario por parte de los hijos, ni tampoco es sencillo manejar la propia frustración cuando no surten un efecto positivo los múltiples esfuerzos de los padres para que los hijos no hagan pataleta cuando desean obtener un beneficio propio; aun así, papá y mamá deben mantenerse en una postura equilibrada que les permita proyectar el control frente a la situación y paralelamente hacer evidente que son dignos de ser respetados como figuras de autoridad; no siendo suficiente esto, es necesario reconocer que la autoridad nunca está vacía, por tanto es preferible que sea ejercida por un adulto responsable y no por los hijos llenos de un deseo innato de saciar su placer.

Si el adulto no es claro en el ejercicio de esa autoridad, entonces los niños que se encuentran en proceso de formación emocional, social y psicológica, estando aún inmaduros en la capacidad de discernir entre lo que es correcto y lo que no para ellos, serán quienes asuman ese rol afectando la parentalidad simbólica y el orden jerárquico familiar.

Ambientes saludables incluyen límites claros

Frecuentemente se dice que es de gran importancia formar a los hijos en un ambiente lleno de amor y comprensión, dado que, de esta manera, crecerán seguros de sí mismos y tendrán confianza en lo que saben y pueden hacer. Sin embargo, no se puede hablar de un ambiente saludable y acertado para los niños, si no se tiene en cuenta la importancia de implementar límites y normas que permitan la organización del comportamiento. Los niños desarrollan mayores habilidades de interacción y convivencia, cuando crecen en ambientes dotados de límites claramente definidos y entendidos entre las partes, acuerdos que les permiten anticipar las consecuencias frente a sus actos y saber que está bien y que no. En este sentido, las normas se constituyen en la herramienta fundamental para establecer pautas de crianza, puesto que facilita la introyección de límites, la claridad en lo que se debe y lo que no se debe hacer, la comprensión de consecuencias naturales y acordadas; en otras palabras, les permite reconocer que como niños y /o adolescentes tienen responsabilidades dentro de la familia y la sociedad.

Formar durante la primera infancia

Durante los años de la primera infancia, la disciplina debe ir orientada a edificar y formar, no a maltratar o agredir; por ello es esencialmente importante que como padres, exista un uso razonable y responsable del poder que delega el ser autoridad para los hijos; más aún cuando su ejercicio impactará positiva o negativamente el carácter de los hijos, su esencia, lo que son y lo que serán. Por tanto la disciplina, la norma, las consecuencias, absolutamente todo lo que esté directamente relacionado con la formación del carácter, debe ir precisamente orientado a la edificación de esa personalidad sin afectar negativamente su esencia; las palabras de afirmación, la manera como realizamos un reclamo responsable, la forma como describimos lo que hacen los hijos, lo que declaramos con la palabras para ellos o cómo nos dirigimos hacia ellos, determinará completamente la manera como ellos organizan su conducta y desarrollan su identidad.

La forma si importa

La manera como elaboramos nuestros comentarios a la hora de dar una orden o hacer cumplir una norma de convivencia, establecen el punto de partida en la manera como el niño organiza su conducta; no es lo mismo decir “en varias oportunidades has dejado tu cuarto desordenado, te solicito por favor que lo organices” a decir “eres un desordenado, siempre dejas tu cuarto desorganizado, arréglalo por favor”, en la primera situación el reclamo se enfoca hacia la conducta, la cual es la que se desea organizar, en el segundo, se da por hecho que el niño siempre es así por lo que no hay opción de cambio; aunque pueda parecer exagerado, la frecuencia de este tipo de comentarios conduce al niño a creerse desordenado sin oportunidad de mejorar; así, existen un sin número de verbalizaciones que llevan a los niños a apropiarse de dichas afirmaciones, desarrollando su identidad y su personalidad a partir de creencias y conceptos escuchados desde pequeños, esto toma valor si además los padres representan su primera fuente de confianza y de interacción.

La manera como se exprese la relación con los hijos, como se establezca la comunicación, como se demuestre el amor mutuo, determina cómo se relacionarán con el mundo exterior; por consiguiente, la familia se constituye en una sociedad pequeña y en la primera instancia en la que se interactúa con otras personas; lo que se haga en ella o no, impactará la forma como el niño o adolescente enfrentará las demandas del mundo ahora y en años futuros.

Mónica Pérez Ospina.

¡Te diré como puedes cumplir fácilmente lo que te propones!

Por: Nana Jordán. Psicóloga Universidad Javeriana.

La búsqueda de la felicidad o de la realización es un constante que tenemos todas las personas de la sociedad moderna, ya no se trata de cumplir metas educativas y laborales sino de sentirnos mejor con nuestras vidas, conseguir ser felices y construir la tan de moda mejor versión del sí mismo.

Esta búsqueda se vuelve imposible, tediosa y dolorosa porque estamos volcados en encontrar afuera de nosotros, olvidándonos de quien somos e incluso dejando de lado el escucharnos y sentirnos; en esa búsqueda incesante nos perdemos de nosotros mismos, nada nos satisface y se vuelve un martirio poder llevar a cabo todo lo que quisiéramos lograr, es más, incluso olvidamos lo que queremos.

Sé que entraste aquí buscando unos pasos cortos, sencillos y aplicables a cualquier situación que te lleven a cumplir eso que hoy tanto te está costando, pero no te los puedo dar porque no existe tal cosa que pueda hacer que algo que quieras se manifieste mágicamente, el único camino posible es devuelta hacia ti mismo.

El Camino y la tarea es descubrirte a ti en cada paso, estudiarte en cada movimiento físico, mental y emocional, hacer una maestría en el mejor tema que hay “Tu Mismo”, para poder ser un experto en tus miedos, tus inseguridades, tus bloqueos, tus defensas, tus fortalezas, tus talentos, tu forma de relacionarte contigo y con otros, tu forma de amar; también ser el mejor en comunicar lo que piensas, lo que haces, lo que sientes.

Porque al conocer todo esto de ti, te conviertes en el mejor director de proyecto de tu vida, y puedes utilizar lo que sabes como herramientas para direccionar tu camino de la forma más adecuada y rápida para conseguir las metas que quieres, y en coherencia con el amor de ti mismo y de quienes te rodean.

La Terapia Gestalt, un enfoque de la psicología humanista, se presta para ayudarte y facilitarte este camino de vuelta hacia ti, pues se centra en resolver asuntos inconclusos que son los que generan los bloqueos y estancamientos emocionales; dando paso a la satisfacción, la autorrealización y lo más importante, la responsabilidad sobre todas las decisiones que nos conciernen, grandes y pequeñas.

Su método de trabajo se le conoce como el “Darse Cuenta”, lo que quiere decir, que en la relación terapéutica se da énfasis a encontrar y aumentar cada vez más la conciencia de los propios actos y asumir la responsabilidad por ellos y por su respectivo cambio.

Así que la mejor forma de cumplir lo que te propones, es hacerte cargo de ti mismo, y conocerte tan a fondo como puedas en todo el camino de tu vida, y a veces este camino es necesario hacerlo en compañía de alguien que te guie en ese proceso de autodescubrimiento; anímate a hacerlo, porque vivir una vida de la que no te sientes satisfecho es un precio muy alto que pagas.

Ansiedad: Uno de los males de éste siglo

Por: Enrique Ortiz Zárate. Psicólogo Universidad Nacional de Colombia.

¿Cómo saber si lo que siento es ansiedad?

Los estados de alerta se manifiestan en el organismo como una respuesta de anticipación involuntaria y automática frente a estímulos (externos o internos), que son percibidos por el individuo como amenazantes y/o peligrosos. La reacción se acompaña de un sentimiento desagradable o de síntomas somáticos de tensión (stress); dicha reacción es una señal de alerta que advierte sobre un peligro inminente y prepara a la persona para que adopte medidas (usualmente comportamientos de huida o ataque) para enfrentarse a la amenaza. Este proceso se conoce como ansiedad adaptativa o no patológica, y constituye una respuesta normal frente a situaciones cotidianas estresantes. Este tipo de ansiedad es ideal para enfrentar los hechos que puede acarrearnos la interacción con el medio en el que vivimos. Sin embargo, cuando los síntomas sobrepasan cierta intensidad – cuando se reacciona de manera exagerada a un estímulo o se altera la capacidad adaptativa del individuo en su medio ambiente – la ansiedad se convierte en patología, y comienza a surgir una sensación generalizada de malestar que viene acompañada de síntomas físicos, emocionales y mentales que no son ni del dominio ni de la comprensión del individuo. Siempre que se presenta una situación que genera amenaza, el organismo pone a funcionar su sistema adrenérgico, liberando señales de alerta a todo el sistema nervioso central. Cuando el organismo determina que requiere reaccionar físicamente, dispara los mecanismos que liberan adrenalina, y obliga al cuerpo a aportar energías de reserva para la consecución de una fuerza de acción muy superior a la que se tiene en el momento, para poder estar preparado para afrontar el posible peligro. Esta forma de reacción de la ansiedad adaptativa es útil en la vida cotidiana cuando genera una respuesta real ante situaciones reales donde se debe reaccionar. Pero cuando en el individuo se interpretan inadecuadamente los estímulos internos o externos, se puede entrar en una especie de “corto circuito” donde pueden surgir respuestas corporales asociadas al peligro. El individuo que se siente de tal manera se interpreta a sí mismo en estado de stress y hace reaccionar su sistema adrenérgico liberando catecolaminas, (adrenalina y
noradrenalina), así como aumentando la cantidad de glucosa circulante en la sangre intoxicando todo su cuerpo.

Recordemos que el stress es un mecanismo que el organismo desarrolla para sobrevivir frente a una amenaza a corto plazo y no para mantenerlo indefinidamente. Cuando éste estado se mantiene de manera prolongada, se desarrolla una ansiedad patológica en donde se pueden generar comportamientos poco ajustados y poco adaptativos asociados a sentirse en permanente peligro. En ese estado de ansiedad patológica, el individuo puede desarrollar síntomas tales como: aumento de la tensión sanguínea, transpiración, temblores, taquicardia, nauseas, vómito, dolor abdominal, ulcera, diarrea, hormigueo o adormecimiento, debilidad, asfixia, inseguridad, inquietud permanente, irritabilidad, trastornos del sueño, pensamientos negativos y obsesivos, pérdida del control o del conocimiento, dificultad en la concentración, sensación de muerte de sí mismo o de seres queridos, autocrítica, entre otros.

¿Qué hacer cuando se sufre de ansiedad?

Ante todo, se debe evitar el consumo de alcohol, suprimir de la dieta alimentos y bebidas que contengan cafeína, evitar el cigarrillo, el tabaco y las sustancias psicoactivas. Disminuir el consumo en exceso de azúcar, carbohidratos y alimentos grasos. Si la salud física lo permite se sugiere realizar una actividad aeróbica de veinte a treinta minutos diarios al menos cuatro días a la semana para iniciar un proceso de desintoxicación y mejorar la salud cardiovascular. Se sugiere también adquirir un hobbie o realizar una actividad agradable que le brinde bienestar. En lo posible tratar de verbalizar o escribir acerca de lo que se está viviendo, la frustración que generan los síntomas, la causa particular de la ansiedad, etc. para de ese modo poder afrontar el estrés de una manera más real.
Practicar técnicas de relajación tales como ejercicios de respiración profunda, meditación, Yoga, Tai Chi, ejercicio rítmico y otras actividades que reduzcan los síntomas del estrés y la ansiedad son idóneas. Asistir donde un especialista es prioridad. Es común que las personas que sufren ésta clase de síntomas se sientan incomprendidas y solas, pero existen profesionales que pueden ayudar a superar estos estados. Es de fundamental importancia prestar atención a los síntomas para prevenir que la persona que los padezca sufra crisis más severas, pues una vez traspasado éste umbral, el individuo puede desarrollar un trastorno de ansiedad. Los Trastornos de Ansiedad tipifican formas diferentes de un tipo de trastorno mental caracterizado por miedo y ansiedad anormal y patológica. En un siguiente artículo ahondaré sobre las diferentes clasificaciones de los trastornos de ansiedad.

Para tratar la ansiedad una buena idea puede ser emprender un proceso de terapia individual.

Mi media naranja… mi medio durazno.

Por: Karina Alvarado.  Psicóloga Fundación Universitaria Konrad Lorenz

A medida que vamos creciendo, con el tiempo encontramos experiencias amorosas dulces y amargas. Generalmente al principio pueden ser dulces y a medida que avanza el tiempo comienzan a tornarse de diferentes sabores. La explicación es sencilla: cuando una persona conoce a otra existe una conexión, algo del otro que me gusta o me llama la atención, e inicia un proceso de conocimiento. Cada uno de nosotros podremos llegar verdaderamente a conocer a la otra persona dependiendo de nuestro estado de madurez; pero lo que habitualmente sucede es que acomodamos lo que vamos conociendo de esa persona a nuestros deseos o necesidades, es decir, lo disfrazamos de lo que queremos, buscamos y necesitamos. A este momento se le llama enamoramiento o enamora-miento, pero no es que el otro me mienta, soy yo quien me miento a mí mismo.

Antes de continuar con esta idea vayamos un poco más atrás, retomemos el titulo del artículo, Mi Media Naranja. Éste imaginario social traduce una idea que existe en el mundo un ser humano que encaja perfectamente en mí, que es mi otra mitad, esa que me va a llenar y proveer de todo aquello que necesito. Para desarrollar mi idea será mejor que imaginemos un durazno; al partirlo por la mitad y separarlo encontraremos que una mitad tiene en su centro la semilla y la otra, por el contrario, queda con el vacío. Ese es el vacío que todos sentimos en nuestro interior. Pero resulta que todos estamos así, creemos que ninguno de nosotros posee la semilla en su centro y por lo tanto
necesitamos del otro, e igualmente creemos que si ese otro tiene la semilla, al unirse conmigo me permitirá finalmente llenar mi vacío… La frase final es que él (o ella) me complementa. Al fundar una relación basada en este principio, la pareja esta condenada a depender mutuamente o, peor aún, de que sólo uno dependa del otro.

Vuelvo entonces a la idea que venia construyendo en mi primer párrafo. Desde pequeños vamos creciendo, poco a poco conocemos que nos gusta y que nos disgusta de la forma de ser de las otras personas, igual sucede en pareja. Para saber que quiero, necesito conocerme, saber como soy.

Desde la infancia comenzamos a crear una imagen de pareja, pero es en la adolescencia cuando conciente o inconcientemente idealizamos, en otras palabras, hablamos de la otra mitad del durazno, la que viene con la semilla. Resulta que en esta vida nadie vino a satisfacer nuestras expectativas ni
nuestras necesidades, esa es una tarea propia que sólo corresponde a cada ser humano, a ello podríamos llamarlo parte de madurar1. Frases como: “es que ella me organiza”, “él me protege”, “ella me llena”, “él me estabiliza”; ponen en el otro una responsabilidad que no le corresponde. Al hacerlo, cargo a mi pareja de algo que es mío. En una relación “normal” el otro podrá cargarlo por algún tiempo pero es posible que tienda a cansarse y esto poco a poco lastima la relación. Aquí se hace presente la dependencia y en muy pocos casos la pareja logra acomodarse a ello, generalmente con cuotas de sacrificio. Es común encontrar en nuestras madres o padres frases como: “mija, en el
matrimonio hay que hacer sacrificios para que pueda funcionar”. El sacrificio es mutilar una parte de mí, como si tuviera que cortarme un dedo para que todo funcione, lo cual va en contra de la integridad de cada uno. Algunas personalidades lo soportan2, pero ese desbalance interno necesariamente
saldrá por otro lado, en forma de reproche, reclamo, etc. Esta será la parte que la pareja recibirá y, como es un contrato de dos, si alguna de las partes no acepta esta condición (que suele ser lo habitual) la relación se acaba.

¿Qué viene entonces? Tranquilos, el panorama no es tan negro. Lo fundamental es tener en cuenta algunos elementos que pueden ayudar a mejorar nuestra existencia: no cargues al otro con lo tuyo, hazte responsable de ti mismo y recuerda, nadie vino a este mundo a satisfacer tus necesidades, esa es tarea tuya. Por lo tanto, nadie tiene la semilla que te va a llenar, nadie vino al mundo a hacerte feliz, la felicidad esta en tu interior, descúbrela; al encontrarla podrás compartirla y no succionar la que trae tu pareja. Una relación es un mutuo compartir, no un absorber del otro. Cuando los dos
aportan sus propias felicidades, ésta crece y florece. Es como unir dos velas encendidas: que cada vela esté encendida es la felicidad propia, cada una ilumina desde sí, pero al juntarlas brillan con más fuerza, se acompañan mutuamente. Cuando uno desfallezca y su vela se apague está el otro para
iluminar el camino, pero es tarea propia volver a encenderte, esa no es obligación del otro. En la vida no hay reglas ni leyes ni mejores caminos, lo que funciona para uno no funciona para otro. Por ello encuentra lo que va contigo, lo que funciona para ti, y desde ahí crece, madura y vive… feliz.

Por último, nunca olvides que nadie dijo que crecer iba a ser fácil, pero tampoco nadie dijo que iba a ser difícil; ello, al igual que todo, sólo depende de ti.

Tener una relación de pareja sana y exitosa no es producto de la suerte o la casualidad

Por: Lorena Polanía Pérez.  Psicóloga Universidad El Bosque.

Tener una relación de pareja sana y exitosa no es producto de la suerte o la casualidad. Al iniciar una relación todo esta acompañado de energía, supremacía y sobre todo, de la capacidad de sentir que todo puede ser posible y superado. La mayoría de las parejas se casan o inician una vida juntos pensando que nada ni nadie va a cambiar ese sentimiento, sin saber que solo necesitan de ellos mismos para que esto suceda.

No es un secreto para nadie que la vida matrimonial o la convivencia son todo un reto, de hecho hay infinidad de bromas alrededor de esta situación y mil anécdotas de lo difícil que es convivir. EN EFECTO, la vida junto a otra persona se puede convertir en un total y auténtico martirio o también puede ser una experiencia de crecimiento, proyección, estabilidad emocional y amor. La diferencia entre una y otra situación, está en entender que lo pensamos, sentimos y hacemos, se encuentra necesariamente conectado con los resultados que obtenemos.

En este blog, encontrarás artículos que te llevarán a reflexionar frente a lo que haces en la actualidad y cómo esto te conduce a lo que deseas conseguir en el futuro. (ya sea con tu pareja o con contigo mismo)

Ahora bien, podríamos encontrar un listado de secretos o recetas de “cómo mantener una relación feliz y exitosa”, no obstante, a todas las personas NO les funciona lo mismo, todos somos diferentes, no hay receta efectiva para todos. Sin embargo, dentro mi ejercicio profesional y en estudios serios de investigación, se han encontrado algunos parámetros que te pueden llevar a conseguir el objetivo de una relación sana, donde se cultive, el amor, el erotismo, la comunicación y la proyección, sin importar cuáles sean tus características de personalidad, tus antecedentes familiares o tus intereses personales.

El tiempo en pareja, materia prima para una relación SANA.

Cuando vivimos en pareja nos dejamos llevar por las obligaciones, la monotonía y el día a día y creemos, que el tiempo en pareja se limita a compartir unas horas de sueño en la noche, un despertar juntos, unos horas con los hijos, unos momentos de dificultad y vivir juntos en la misma casa. Sin embargo, en este articulo nos vamos a centrar en un solo punto, simple, y conciso. El tiempo en pareja es la materia prima para una relación sana.

Veamos lo siguiente: si quieres tener un negocio exitoso, necesitas invertir tiempo para sacarlo adelante; si quieres estudiar una carrera universitaria y/o un postgrado, adquirir conocimiento y graduarte con buenas calificaciones, necesitas tiempo; si quieres practicar un deporte o aprender a tocar un instrumento con destreza, necesitas dedicar parte de tu tiempo. ¿Por qué sería diferente en la relación de pareja? Si queremos tener una relación sana, también necesitamos invertirle TIEMPO. Este puede ser uno de los factores determinantes para que una relación de pareja sea duradera, estable, armoniosa y exitosa.

En la etapa del noviazgo y por razones del enamoramiento, queremos compartir casi todas nuestras actividades con el otro; en muchas ocasiones, acompañamos a nuestro amor a lugares o escenarios que ni locos hubiéramos ido sin la motivación de esa compañía al punto de perder la individualidad.

A continuación menciono algunos aspectos a tener en cuenta a la hora de invertir en tiempo con el otro:

  • No te olvides de ti: puede sonar raro hablando de tiempo en pareja, proponer que tengas espacios solo para ti. Sin embargo, a veces nos fusionamos tanto con el otro, que nos olvidamos hasta de quien somos; esto sin lugar a dudas representa un peligro y bomba de tiempo que tarde o temprano puede llevar a un ruptura. Para estar bien con el otro, debes estar bien contigo mismo y no olvidarte de tus metas, gustos e intereses. Así que dedica tiempo a lo que te gusta, practica un deporte, lee, medita, pinta, camina, sal con tus amigas o amigo; si estás contigo y lo disfrutas, podrás ofrecer a tu pareja un YO en armonía, menos demandante y más fortalecido.
  • Tiempo del otro: Respeta sus espacios; así como tu necesitas tu tiempo, tu pareja también necesita los suyos. Este planteamiento en consulta, puede sonar amenazante para muchas parejas; hablamos de un tiempo individual que te genere crecimiento y desarrollo personal, ahora debes tener la claridad de que este tiempo no es perjudicial para la relación; cuando ambos se cultivan desde lo individual, tendrán más puntos de los cuales hablar y compartir.
  • Tiempo de calidad: Así como para la comida hay calorías vacías, para la relación de pareja hay tiempo vacío. Esto sucede cuando estamos pero no estamos; los teléfonos celulares, las redes sociales, el trabajo en casa, el televisor, pueden ser enemigos del tiempo en pareja, y entonces, compartimos el mismo lugar pero no la misma realidad. En el mundo actual caer en esos distractores es fácil; por esta razón, se recomienda poner ciertos parámetros para mantener a raya estos distractores. Para este punto, puedes tener en cuenta las siguientes sugerencias: no llevar trabajo a casa (en caso de hacerlo, que sea una excepción con tiempos controlados); limita el uso del celular cuando estén juntos, elimínalo en momentos como: mientras comen, mientras hablan de temas relevantes, mientras estén en la cama, cuando salen a comer o a compartir solos, etc. Compartir espacios que nos divierten, nos conectan y nos llenan el corazón, alimenta la memoria de experiencias que en tiempos de crisis podrán ser salvavidas al recordarnos lo que hemos construido juntos; he aquí la importancia del tiempo de calidad.
  • Compartir las actividades del otro: es maravilloso cuando se comparten los mismo intereses; no hay que negociar respecto a lo que se va hacer, pues en la mayoría de los casos se coincide. Sin embargo, siempre habrá algo que le guste al otro y a ti no. No es que estemos obligados a hacer lo que a nuestra pareja le gusta, no es ni debe ser una camisa de fuerza; pero el compartir los intereses de tu pareja hará que esta se sienta importante para ti, lo que generalmente se traduce en reciprocidad. Entonces, lleguen a acuerdos como hacer de vez en cuando las actividades que a el o ella le gustan y a ti no, permitiendo que el otro sienta que lo haces con amor, por los dos y por la relación.
  • La cantidad también es importante: En estos tiempos de agite se habla que no importa la cantidad si no la calidad; ahora, para algunas relaciones como la de pareja y la de los hijos, esto no es tan real. Tu presencia tanto en cantidad como en calidad, es fundamental. Dedicar 5 minutos diarios a relaciones tan importantes no es suficiente; sabemos que tenemos múltiples ocupaciones, pero de seguro organizándonos podremos contar con tiempo necesario para cultivar la relación como la de pareja. Y además, ¿qué más placentero que disfrutar y prolongar los buenos momentos con quien amos?.
  • Nuestro tiempo, algo diferente al tiempo con otros: Cuando las parejas llegan a terapia, una de mis preguntas es: ¿comparten tiempo juntos?, a lo que la mayoría responde con un orgulloso SI; al entrar a revisar esos momentos, me encuentro que se refieren a espacios con los hijos, las familias extensas y los amigos. Si bien, estos tiempos también deben existir (ya que cultivar estas relaciones también es importantes), confundir los tiempos de parejas con los tiempos de los hijos, las familias y los amigos, no nos permite centrarnos y fortalecer la relación de pareja. La clave esta en compartir con otros sabiendo que nada va reemplazar el tiempo a solas con mi pareja.

 

En las relaciones es fácil caer en la monotonía y perder el foco mientras estamos en pareja; sin embargo, si elevamos nuestros niveles de conciencia, si sabemos que podemos llegar a olvidarnos de nosotros mismo, e incluso del otro, estaremos alerta para evitar que suceda. Algunos elementos, como establecer unos mínimos para la relación y tener acordados los tiempos que nos vamos a dedicar, pueden ser ayudas que nos permitan evaluar si estamos dejándonos caer en el corre corre de todos los días, priorizando lo circunstancial y postergando lo importante y permanente.

Según el psiquiatra Daniel G. Amen, los vínculos afectivos solo se afianzan y fortalecen con tiempos en donde estemos centrados en el otro mínimo por 20 min. Te invito entonces, a invertir tiempo en ti y en tu pareja; tiempo de calidad que haga posible una relación estable y duradera, capaz de sobrepasar las crisis que con seguridad vendrán.

Dependencia afectiva y miedo a la soledad

Por: Yorgladys González Mosquera. Psicóloga, Universidad del Valle.

La persona que sufre de “dependencia afectiva”, tiene una necesidad general y excesiva de que se ocupen de él / ella; además de un “gran temor de separación”, un marcado “miedo a la soledad”.

Estas personas se caracterizan por los siguientes comportamientos:

1. Tiene dificultades para tomar las decisiones sin una búsqueda excesiva de consejo y reafirmación por parte de los demás
2. Necesita que otros asuman la responsabilidad en las áreas fundamentales de su vida
3. Tiene dificultades para expresar desacuerdo debido al temor a la pérdida de apoyo o aprobación
4. Tiene dificultades para iniciar proyectos o para hacer las cosas a su manera
5. Su deseo de lograr protección y apoyo de los demás le hace cruzar límites inadecuados
6. Tiene sentimientos de incomodidad o desamparo cuando está en soledad debido a sus temores exagerados
7. Cuando termina una relación importante, busca urgentemente otra relación
8. Se preocupa por el miedo al abandono y tener que cuidar de sí mismo

Según las anteriores características, se observa claramente que estas personas se doblegan pasivamente ante los deseos de otros, hay entonces una respuesta débil e inadecuada ante las demandas de la vida. Permiten que otros vivan sus vidas. No se responsabilizan de su ser, ni de su existir, debido a una marcada falta de confianza en sí mismo, y a una gran incapacidad para actuar de forma independiente. Tienen la tendencia a manipular inconscientemente, en especial a aquellos de quienes dependen. Se sienten incapaces y tontos, experimentan un gran miedo a expresar sus sentimientos y pensamientos, y actúan como decidan otros.

Estas personas, muchas veces evitan los puestos de responsabilidad y responden con ansiedad a la petición de asumir un papel de liderazgo, llegan al extremo de insensibilizarse con su propio dolor, quitándose así, la motivación necesaria para el cambio hacia una vida sana.

Los dependientes emocionales hacen girar su vida en torno a otra persona, en medio de relaciones profundamente desequilibradas en las que asumen el papel subordinado, de satélite que gira alrededor de su compañero o compañera. Generalmente, toleran la violencia psicológica y física, el abuso y la falta de respeto de la gente que les rodea, por “miedo a quedarse solos”, y pueden soportar y tolerar un cónyuge abusivo, alcohólico, infiel o maltratador, con tal de no romper su vínculo. Pero si la relación de pareja termina, entonces, para “evitar la soledad”, buscan otra pareja o llaman continuamente a amigos u otras personas con cualquier pretexto, pero no buscan “manejar la soledad”, y pueden caer en crisis de ansiedad, de depresión, incluso en otras dependencias.

En el transcurso de mi experiencia profesional, dentro de los dependientes afectivos, también he encontrado personas agresivas, impulsivas y sobrevaloradas, que utilizan éstos comportamientos como “escudos o máscaras” para esconder sus verdaderos miedos y falencias, especialmente el “miedo a la soledad”, el mismo miedo de los dependientes con personalidad pasiva. Estos dependientes agresivos, son individuos que “amarran al otro” con el miedo, miedo a la violencia física y psicológica que ejercen sobre su compañero, sobre los hijos u otras personas, generándose una relación simbiótica. Pero, si existe un ser que “ata”, necesariamente debe existir alguien que permite ser “atado”, generándose una “relación de codependencia”, cada uno con sus propias ganancias patológicas, y se podría decir que se “ACOSTUMBRAN A VIVIR CÓMODAMENTE MAL”.

Sobre el amor propio y las relaciones de pareja

Por: Enrique Ortiz Zárate. Psicólogo Universidad Nacional de Colombia.

Se suele tomar como un hecho cierto, que para ser socialmente felices, la solución para enfrentar la muy temida soledad de la que tanto se huye, se encuentra en buscar una pareja. Está tan arraigada esta creencia, que es el tema principal en la música, las novelas, las películas y las revistas de farándula. Conocer a alguien y enamorarse en principio suele ser una fantasía soñada; pero cuando la relación entra en decadencia y termina, o cuando la persona falta, viene la catástrofe, la depresión, el vacío que deja la frustración de la inversión de una energía que no dio sus frutos.

¿Ha vivido alguna vez ésta situación? Seguramente sí. Porque una de las condiciones de ser humano pareciera ser una extraordinaria necesitad de sentirse amado, de recibir afecto. Pero ¿por qué casi todas las relaciones terminan dejando un vacío difícil de superar? ¿Se ha preguntado eso?

Se suele abordar la consecución de una pareja bajo la falsa premisa de que existe un otro diferente a mí que va a brindarme el amor que tanto necesito y del cual carezco, o que va a valorarme como me corresponde como nunca antes nadie lo ha hecho, o que va a envolverme en un mágico idilio que ninguna persona antes me ha correspondido. El arquetipo del príncipe encantador y valiente y la princesa que necesita ser rescatada y amada se encuentra muy marcado aun en nuestra psique.

El asunto es que la gran mayoría de personas actúa bajo la misma premisa de carencia; y son muy pocas las personas que actúan con la intención de iniciar una relación para brindar amor desinteresado, sin esperar una contraprestación a cambio.

Cabe resaltar que en los inicios de toda relación, cada una de las partes vende, por así decirlo, la mejor imagen que tiene en su inventario de personalidad con el ánimo de conquistar al otro, y que seguramente cuando dicha fase de conquista se ve asegurada, su imagen decae y le abre paso a las facetas verdaderas que hasta el momento eran ocultas para el otro. Muchas de esas facetas suelen ser los roles principales que asume con regularidad su pareja y llegan a ser desagradables o ir en contravía con la imagen que se había creado en el imaginario del otro y que dieron lugar al enamoramiento inicial. Entonces puede surgir el desencanto y la finalización de la relación.

Pero ¿Qué pasa cuando el eje de la relación supera esas facetas y se centra en llenar una carencia?

Cuando una relación de pareja inicia bajo el supuesto de que es el otro quien va a llenar mis vacíos afectivos y no se realizan los ajustes correspondientes en la medida en que la relación madura, la misma se encuentra condenada al fracaso. Entonces, cuando la relación termina, la persona queda sumida en un profundo abatimiento, una sensación de vacío la embarga y la necesidad y la dependencia se incrementan hacia ese otro del cual no se ha recibido el amor que tanto se deseaba. Parece ser una antítesis, pues se vuelve una situación de “no puedo seguir con esa persona pero se me hace imposible vivir sin ella”. ¿Qué hacer entonces cuando una relación termina de tal manera?

Lo primero es que nunca se debe abordar una relación de pareja desde la carencia del amor, del afecto o de lo que sea que la persona considere que le hace falta. Lo segundo es ser consciente de que no existe persona alguna que piense, sienta o actúe en todo momento para complacer los caprichos de nuestra naturaleza humana siempre tan cambiante y voluble. Si se inicia una relación sin tener en cuenta lo anterior, lo más lógico es que la relación termine. Así, para poder cerrar una relación con tranquilidad, para superar adecuadamente el duelo por la pérdida de pareja en el caso de terminar con una relación que no funcionó, primero se debe aprender a estar bien con uno mismo, amarse uno mismo de tal manera que la nueva situación que deriva en la soledad sea tan absolutamente tranquila, que cuando uno se vea abocado a la necesidad de no estar con esa otra persona, se tenga un lugar “cálido” en uno mismo a donde regresar. Ese lugar en uno mismo implica una alta autoestima (que no debe ser confundida con narcisismo o con un orgullo disfrazado de amor propio), con el fin de que no haya tanto drama que superar, tanto dolor, tanta ausencia.

Siempre que una ruptura amorosa se hace difícil de superar; o cuando no se puede aceptar con facilidad la terminación de la misma, es porque no se tiene nada mejor a lo cual acudir después de ella, no hay un sitio agradable a donde regresar, no hay un adecuado amor propio y esto se manifiesta con una sensación terrible de soledad, de vacío.

Para algunos, la relación amorosa en la que se encuentran suele ser sumamente tormentosa y, consciente de ello, la persona involucrada puede tomar la decisión de terminar con su relación; pues racionalmente sabe que le hace daño, que la destruye, que la enferma. Pero aun así, a pesar de que conoce lo difícil de su situación con la otra persona, al volver su mirada hacia sí misma, puede llegar a descubrir que la relación consigo misma es todavía más enferma y que lo único que está haciendo es proyectando en el otro aquello que no ha podido resolver consigo mismo. Así, cuando la persona se da cuenta de que es peor estar sola, en ocasiones prefiere seguir con la relación, para no enfrentar su propia sombra. Casi siempre se suele culpar al otro de que la relación no haya funcionado; pero la verdad es, en la mayoría de los casos, que el otro sólo ha cumplido la función de espejo y en gran medida es el propio individuo el artífice de su derrota en su frustrada búsqueda del amor.

Muy a menudo, cuando la persona hace vista ciega a su propia realidad, cae en la trampa de buscar una nueva pareja como recurso para rehuir de sí mismo y de su miedo a estar en soledad. Se vende ingenuamente la idea de que lo que necesita es cambiar de pareja porque seguramente la anterior no le convenía y la que sigue si la va a proveer lo que tanto necesita. El problema -se dice a sí misma- era la pareja anterior y ni por un segundo se le ocurre pensar que tal vez ella misma es el problema del que tercamente trata de huir. Si uno salta así de una relación a otra, solo va a caer en el fenómeno de la transferencia, va a posponer el conflicto y lo más lógico es que uno vaya a tener los mismos problemas con rostros distintos, y seguirá en el mismo círculo vicioso hasta que decida aceptar y comprender que el otro sólo funciona como espejo y que sólo refleja la lección que neciamente se niega a comprender.

Se debe ser consciente de que las relaciones son un medidor y espejo de nuestro amor propio. Y que las mismas sirven para elaborar aquellos rincones oscuros de nuestro inconsciente que aún no hemos trabajado. Es sano entonces ser absolutamente honestos con nosotros mismos. Si le huimos al hecho de estar en soledad, es esto un claro indicio que seguramente no somos la pareja perfecta para alguien más, Una verdadera historia de amor siempre comienza y termina con nosotros mismos.